Del Berlín de 1945, barrido por los bombardeos aliados, al que el 13 de agosto de 1961 amaneció partido por el muro, o el que el 9 de noviembre de 1989 vivió la noche más hermosa: son muchas las cicatrices acumuladas sobre la ciudad-estado y capital alemana.
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Treinta años después de esa noche en la que nadie sabía qué pasaría al minuto siguiente, Berlín es una capital atípica. Una ciudad en permanentemente construcción con tres óperas nacionales y 175 museos, pero sin un aeropuerto internacional digno de la primera potencia europea.
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La clave de la gran transformación se derivó, en realidad, de la decisión del traslado de la capitalidad desde Bonn, a orillas del Rin, a Berlín, a 65 kilómetros de Polonia. Fue una decisión política, que rompía un tanto el espíritu federalista y descentralizado a favor de una capitalidad fuerte. Berlín se convirtió en centro del poder de la Alemania agrandada, con más de 80 millones de habitantes.
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La gran mudanza del aparato gubernamental y parlamentario, más su correspondiente funcionariado, llevó años, con el traslado se operó la gran metamorfosis urbanística y social de la ciudad, reubicar el centro del poder de la gran potencia europea implicó repartir espacios y ministerios entre nuevos edificios y antiguas dependencias prusianas, del Tercer Reich o de la Alemania comunista.
El viejo Reichstag se reeditó como sede del Parlamento (Bundestag). El departamento de Trabajo quedó instalado en lo que fue el Ministerio de Propaganda nazi, y el de Finanzas en el que había ocupado el de Aviación.
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Se necesitaron ocho años de preparativos y 10.000 millones de euros para albergar a los recién llegados. La remodelación del barrio gubernamental discurrió en paralelo a la construcción de nuevas edificaciones de hormigón, acero y cristal junto al río Spree.
En lo que había sido tierra de nadie en tiempos del muro surgió la nueva Potsdamer Platz, un complejo de multicines, restaurantes y centros comerciales. Mitte, el centro del antiguo sector este, fue el territorio elegido para emprendedores, clubes y locales para clientela de nivel adquisitivo alto.
La recuperada capital alemana había atraído a arquitectos como Norman Foster, Rafael Moneo, David Chipperfield, Daniel Libeskind, Santiago Calatrava, Renzo Piano, Arata Isozaki o Peter Eisenman.
Unos transmutaron en hermosas las cicatrices dejadas por la guerra en su Isla de los Museos; otros trazaron puentes, levantaron una nueva ciudad donde discurrió la Franja de la muerte o recibieron el encargo de reconstruir el Palacio Imperial prusiano destruido por los bombardeos aliados y derruido por la Alemania comunista.
Fuente: Efe
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